Agustina Fernández, su nombre sigue vivo

A tres años de su femicidio, el nombre de Agustina se grita en las marchas y se dice en voz baja, con respeto, en cada foto guardada, en cada historia compartida. Porque más allá del expediente judicial, hay una vida.

Agustina Fernández, conocida cariñosamente como Agus, la chica pampeana que vino a estudiar a Cipolletti, tenía una forma de estar en el mundo que dejaba huella y mantienen vivo su recuerdo a tres años de su femicidio, poco después de llegar a la ciudad para estudiar medicina.

Desde su gusto por el rojo y el negro hasta su amor por la música en inglés, cada gesto hablaba de una personalidad única. Nació el 25 de agosto de 2002 y llegó al mundo a las 40 semanas, como si ya desde el comienzo eligiera sus propios tiempos.

Apasionada por la gimnasia artística, fue campeona provincial en 2018. Tenía carácter, dulzura, y una frase tatuada que parecía una brújula: Take the risk (Tomar el riesgo), que compartía con su amiga Cami. Era virginiana, de esas que organizan, cuidan, anotan todo y dan abrazos largos.

Amaba la comida casera —sobre todo las albóndigas con papas de su abuela Chochi— y le gustaba fotografiar la luna. Tenía una risa sencilla, ganas de aprender y una forma clara de poner límites: para Agustina, el “no” era no. Y punto.

En la universidad, sus compañeras le decían “mamá” porque era la más responsable. Vivía en el departamento más pequeño que pudo alquilar y, aun así, no dejaba de compartir. Era generosa, ordenada, y guardaba cada cuaderno como si fuera parte de su futuro. Tenaz cuando le costaba alguna materia, por momentos se frustraba, pero sus amigas decían que era una leona. Estudiaba día y noche; sus vecinos solían verla, a través de la ventana que daba al patio interno del complejo, concentrada sobre los libros.

Admiraba a su papá. Lo miraba buscando aprobación. Expresaba el cariño sin vueltas, como quien no quiere que queden dudas.

Agustina Fernández, La Chinita
Estaba profundamente unida a su hermana Paulita. Sobrina, nieta, amiga —pero muy amiga— de esa banda que en el grupo de WhatsApp se contaban todo sin parar. Entre risas, como se la pudo escuchar en audiencias cada vez que reproducían su voz.

Algunos le decían “La Chinita”. Las fotos de niña lo comprueban: una chinita morocha con brillos en los ojos.

Todo esto lo recuerda su mamá, Silvana, que en estos tres años sostuvo la memoria de Agustina con amor y con coraje. Caminó las calles de Cipolletti con su rostro en alto, como un faro en medio del dolor.

Hoy, a tres años de su femicidio, el nombre de Agustina no solo sigue siendo gritado en cada marcha. También se dice en voz baja, con respeto, en cada foto guardada, en cada historia compartida. Porque más allá del expediente judicial y las noticias, hay una vida que fue, y una ausencia que sigue marcando.

En Argentina matan a una mujer por cuestiones de género cada 35 horas. Agustina fue una de ellas. Y sin embargo, en quienes la conocieron y amaron, sigue siendo una presencia constante.

Silvina Ojeda

Cipolletti

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